12/11/07

¿INCUBADORAS... CULTURALES? 1ª parte

*Extracto de Anteproyecto de Investigación/Presentado en la UPLA el 06-10-2007 (formulación sujeta a modificaciones).

Respondiendo a un modelo -incubadoras de empresas (IDEs)- que tradicionalmente ha sido acelerador de propuestas de base tecnológica, científica o comercial (incubadoras sectoriales de segunda generación), sólo a fines de los años 90s del pasado siglo la cultura comienza la aventura -ejercicio intrínsecamente definitorio y de irrenunciable vocación para ésta- de incorporar en su feudo dicha estrategia de viabilización, la que había estado evidenciando, según estadísticas del National Small Business Administration (Estados Unidos de Norteamérica, EEUU)[i] y la Comisión Europea[ii], ser un factor relevante para el afianzamiento del emprendimiento innovador y con potencial de crecimiento, a partir del respaldo que a éste le habían estado otorgando en sus etapas de mayor vulnerabilidad (gestación y desarrollo inicial).

Con frecuencia asistidas las IDEs por instituciones académicas (espacio físico, recursos humanos y materiales), apoyo estatal (central y/o local) y perfiladas para “generar el entorno propicio y facilitar los recursos necesarios para que un negocio crezca, se desarrolle y salga al mercado en condiciones competitivas” (Chile Incuba)[iii], fue quizás confiando en sus tasas de éxito (75 a 80% de continuidad de los proyectos incubados tras dos años promedio de haber abandonado el espacio protegido y controlado, contra un 20 ó 25% de los proyectos no incubados) que la cultura se integró durante aquella década como recurso incubable, junto a negocios vinculados a la ecología, sectores no tecnológicos y otros más específicos, como los que convocan a grupos vulnerables (incubadoras sectoriales de tercera generación).

Con esta tercera oleada se constató, por una parte, “un reconocimiento amplio de qué era innovación, más allá de ámbito industrial” (Pérez, 2006)[iv], y por otra, se verificó que a pesar de diferencias específicas entre cada sector productivo, había coincidencia sobre el frente que debía ser reforzado: la gestión, precisamente, el terreno en que prestan apoyo las IDEs. Porque en dicho plano radican, independiente de la naturaleza del negocio, los principales detonantes del fracaso: a) causas relacionadas con la gestión empresarial ante la aparición de dificultades financieras o internas y b) un mal planteamiento inicial del modelo de negocio, producto, servicio o timing de lanzamiento, lo que hace inviable su supervivencia desde un principio (Roure, 2007)[v].

Esta tercera oleada de incubadoras fue también un nuevo argumento para quienes, en UNESCO y en varios centros de pensamiento, vislumbran a la cultura como “el verdadero motor de la economía mundial en el siglo XXI” (Del Corral, 2003)[vi] o la describen como “la médula de la economía” (Roncagliolo, 1999)[vii], máxime si se considera lo gravitante que un plan de gestión es para todo emprendimiento cultural, “incluso para el más inspirado, creativamente hablando”: tal como ocurre en cualquier organización comercial, encarna el desarrollo del producto, la captación y administración eficaz de los recursos, y el saber cómo llegar a sus beneficiarios (CulturaChile)[viii]. En este escenario, América Latina, territorio al que se circunscribe la propuesta de investigación, comenzó esta apuesta con el nuevo siglo en cierne.

América Latina
No variando en América Latina en demasía el umbral de efectividad verificado en las incubadoras sectoriales de segunda generación respecto a los resultados que exhiben en los países con un mayor grado de industrialización (existen, sólo en EEUU y Europa, más de mil IDEs), en el subcontinente es Brasil (junto a México) donde las IDEs han presentado los mejores resultados y un mayor grado de expansión (Informe de Coyuntura Económica)[ix]. Siendo además ese país en donde a mediados de los años ochenta aparecen las primeras incubadoras de empresas latinoamericanas -tres décadas después de que en EEUU y Europa se plasmaran las primeras experiencias-, no es extraño que fuese también en esa nación donde emergiera la primera IDE de la zona con la particularidad del adjetivo cultural.

Antecedentes recopilados hasta el momento sitúan en el Instituto Génesis (Universidad Católica de Río de Janeiro) el surgimiento (2002) de la primera incubadora de empresas latinoamericana guiada exclusivamente por “el objetivo de auxiliar el desenvolvimiento de emprendimientos de base cultural y artística”[x], misión que sirve como enunciado basal y extrapolable para empezar a demarcar el espacio de maniobra al que obedece el objeto de estudio. Tras escasos cinco años desde esa irrupción, aquel primer ensayo se posiciona hoy como una consolidada plataforma desde la que han germinado, luego de dos años promedio de incubación, más de veinte empresas del arte, la educación, la moda, el diseño, el turismo cultural, el mercado editorial y audiovisual.

Estos cinco años han servido también para que otra serie de ciudades latinoamericanas hayan ya implementado, proyecten o estén evaluando modelos que responden a la denominación incubadora de empresas culturales (IDECs), de industrias creativas o de base cultural, lo que sugiere preguntarse sobre su efectiva capacidad de replica, aplicabilidad y adaptación. Una búsqueda básica a través del ciberespacio -circuito prácticamente indispensable para la visibilización e interacción de las IDEs, sea cual sea su naturaleza- referencia casi una decena de casos, revelando a universidades, ongs, representantes del aparato público y privado, agentes del mundo cultural y social que, en forma conjunta o disgregada, están apostando por este incipiente sistema para fortalecer el emprendimiento de base cultural.

Desplegándose si bien en países con Producto Interno Bruto (PIB) comparativamente disímiles -entre otros, Argentina, Brasil, Colombia, Guatemala y recientemente Chile- y variados índices de capital social, una premisa compartida le otorga singularidad -al menos en lo expuestos en sus postulados- a esta novedosa forma de articulación entre herramientas de fomento productivo y de gestión cultural: preocuparse no sólo de satisfacer requerimientos de financiamiento directo e inmediato de los emprendedores, sino, y principalmente, comprometer un apoyo integral, sistematizado y prolongado para la gestión de sus proyectos y/o ideas de empresas. Desde compañías de teatro de marionetas hasta talleres de diseño y manufacturación de joyas, pasando por productoras audiovisuales, se incuban bajo esta premisa.

MIPyMES de la Cultura
Un acercamiento a una definición operativa de estas IDECs -a partir de denominadores comunes-, alude a plataformas “capaces de fomentar, promover e impulsar una red de emprendimientos con vistas al desarrollo sustentable del sector cultural y creativo” (Programa “Cultura Suma Desarrollo”, Buenos Aires, Argentina)[xi], orientadas a la “creación de oportunidades de empleo y autoempleo con generación de ingresos genuinos, dignos y de continuidad” (Red Gesol, Incubadora de Base Cultural, Buenos Aires, Argentina)[xii] “mediante la información, investigación, capacitación, desarrollo de proyectos, asesoría, conformación de redes, agremiaciones y comercialización de productos y/o servicios con identidad para un mercado global” (Prana, Incubadora de Empresas Culturales e Industrias Creativas, Bogotá, Colombia)[xiii].

Siendo su foco de interés, en virtud de lo expuesto, el viabilizar la franja productiva que se identifica como micro, pequeñas y medianas empresas de la cultura (MIPyMECs) -particularmente las dos primeras-, no huelga intentar una aproximación a estos términos, primeramente, en lo concerniente a niveles de venta. Por variar en América Latina los volúmenes máximos anuales que acreditan el carácter “MIyPMEs”, indiferente del giro comercial, (aquel correspondiente a las medianas empresas, el tramo mayor, es en Chile de U$S 4 millones[xiv], en México de 10 millones[xv] y en Argentina de 20 millones[xvi], por citar tres casos) esta investigación apelará, a fin de precisar los alcances de la variable, a la categorización establecida en cada país en que se aplique la caracterización de incubadoras de empresas culturales.

En la especificidad del concepto micro, pequeña y mediana empresa cultural -a qué se dedican-, sólo existe en América Latina, al menos en el material consultado, una definición administrativa y reglamentaria, como las fijadas fiscalmente para otras pymes. El único reconocimiento gubernamental con afán de precisión parece emanar del senado mexicano, que en discusiones legislativas las identificó como “pequeños productores que si bien producen, reproducen, difunden y comercializan bienes y servicios culturales reproducibles a escala de acuerdo a criterios económicos y siguiendo una estrategia comercial, cumplen un rol importante en la vida social, tanto por el impacto mismo que tienen los productos y servicios culturales que generan, como por el que pueden tener en la vida económica nacional”.

Se agrega que con esto se hace referencia a “los pequeños productores y comercializadores de la radio, la televisión, el cine, la industria de la música, el libro, los periódicos, el teatro, el turismo cultural, la opera, entre otros de la misma naturaleza, por cuanto en éstas es posible conjugar tanto el aspecto económico como el cultural” (Gaceta del Senado)[xvii]. No dejando de poner en valor esta descripción, se complementará con el espíritu de la definición que UNESCO ha realizado para las denominadas “industrias culturales” e “industrias creativas” -de la que forman parte las MIPyMECs-, siendo aquellas las que combinan “la creación, la producción y la comercialización de contenidos creativos que sean intangibles y de naturaleza cultural”[xviii], incluyendo el diseño, multimedia y las artes del espectáculo.

Economía Social
Asumiendo incuestionable el impacto económico del sector cultural - desagregado (cuentas satélite) en los sistemas de información económica de las naciones como Actividades Económicas Características de la Cultura, AECC[xix]- y en amplia estimación de “los emprendedores” -término que designa a quien comienza una empresa[xx]-, las IDECs explicitan su confianza en las oportunidades que el emprendimiento cultural ofrece, argumentan, como puntal de desarrollo sustentable. Reconocen que “el fomento de la creatividad e innovación genera notables resultados en la prosperidad económica, social y cultural” (INCUBA, Antigua, Guatemala)[xxi], subrayando los alcances de “generar valor económico desde el conocimiento y la propiedad creativa e intelectual”[xxii].

Declaración que resulta altamente coincidente en el espectro de las IDECs es suscribir -esgrimen- a la práctica de la denominada Economía Social (ES), viendo en ésta “un nuevo fenómeno” que fundado en una forma “asociativa innovadora” y basada en “empresas sociales”[xxiii], puntualizan, representa “una expresión de la asociación libre de los trabajadores por fuera de todo marco estatal e institucional”[xxiv]. Sobre esta forma alternativa de “hacer economía”, mirada que sustentará el enfoque metodológico desde el que se observará el objeto de estudio, un primer antecedente sugiere una puesta en tensión de corrientes como la libremercadista y centralmente planificada, a partir de la lectura que hace el economista y consultor chileno Juan Guillermo Espinosa.

Espinosa apunta que “se trata ahora (…) de cuidar cotidianamente que el desarrollo contribuya y se ponga al servicio de las personas y su calidad de vida, y no -como en períodos anteriores en que primaron los grandes dogmas- que las personas sacrifiquen su calidad de vida en forma indefinida (…) con el argumento de que hay que contribuir primero al crecimiento económico, para alcanzar más tarde la equidad y un desarrollo más humano”[xxv]. Denominado también “tercer sector”, la ES comprende entidades “íntimamente ligadas a la satisfacción de necesidades sociales, a la mejora de la calidad de vida de la población y a la resolución de los problemas sociales latentes, objetivos que pretenden alcanzar mediante formas organizativas variadas, en todo caso ‘diferentes’ a las formas pública y capitalista”[xxvi].

Son empresas buscando ser capaces de integrar la función económica y social (“crear riqueza con eficiencia económica y distribuirla equitativamente”): cooperativas, mutuales, asociaciones, sociedades laborales y mercantiles controladas por sindicatos de trabajadores, algunos bancos cooperativos y otras estructuras jurídicas[xxvii]. Un valioso aporte, concretamente sobre el empoderamiento del tercer sector, la realiza el comunicador catalán Toni Puig, quien pondera la concepción relacional interorganizativa -la otra vertiente que orienta esta investigación- como nuevo paradigma de la gestión cultural, donde los ciudadanos se deben “auto-organizar para dar respuestas” a sus propias “necesidades culturales” y “la administración pública decrece” como prestadora de servicios y se fortalece como convocante[xxviii].

BIBLIOGRAFÍA
[i]BARR, Katherine. Incubator provides place for businesses to hatch. The Silicon Valley/San Jose Business Journal, 16(28): p.17, 3 al 9 Noviembre 1997.
[ii]COSTA-DAVID, José Manuel. Ampliar la base de datos europea de incubadoras para empresas. Revista Empresa Europea de la Comisión Europea, (8): p.13, Julio/Septiembre 2002.
[iii]CHILEINCUBA. Asociación Gremial de Incubadoras de Empresas. Fecha de publicación desconocida .
[iv]PEREZ Hernández, Pilar y MÁRQUEZ Estrada. Análisis del Sistema de Incubación de Empresas de Base Tecnológica de México. En: Congreso Iberoamericano de Ciencia, Tecnología Sociedad e Innovación (1º, 2006, México DF, México). Memorias. España, Madrid, Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 2006. p.5.
[v]ROURE, Juan, DE SAN JOSÉ, Amparo y SEGURADO, José Luis. Análisis del Emprendimiento Fallido y Diseño de Mecanismos para la Reentrada de Emprendedores. Madrid, IESE Insight, 2007, p.19.
[vi]DEL CORRAL, Milagros (Subdirectora General Adjunta de Cultura de UNESCO). Hacia nuevas políticas de desarrollo de las industrias culturales. Boletín Gestión Cultural (13): p.10, .Septiembre 2005.
[vii]RONCAGLIOLO, Rafael. Las industrias culturales en la videosfera latinoamericana. En: García Canclini, Néstor y MONETA, Carlos (coordinadores), Las industrias culturales en la integración latinoamericana. México DF, Grijalbo/SELA, 1999. p.7.
[viii]CULTURA CHILE. Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Chile. Fecha de publicación desconocida, http://www.culturachile.cl/
[ix]INCUBACIÓN de empresas como herramienta para el desarrollo económico. Informe de Coyuntura Económica de la Ciudad de Buenos Aires, (1): pp.103-107, Diciembre 2002.
[x]INSTITUTO GENESIS. Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro. Fecha de publicación desconocida, http://www.genesis.puc-rio.br/genesis
[xi]PROGRAMA CULTURA SUMA DESARROLLO. Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. 1 de junio de 2006, http://www.buenosaires.gov.ar/apps/contenido/archivos/6702.pdf
[xii]INCUBADORA DE BASE CULTURAL GESOL. Red Gesol. Fecha de publicación desconocida, http://www.redgesol.org.ar/incubacultura/incubadoracultural.htm
[xiii]INCUBADORA DE EMPRESAS CULTURALES E INDUSTRIAS CREATIVAS PRANA. Digare Disagne. Fecha de publicación desconocida, http://www.digaredesign.com/
[xiv]MINISTERIO DE ECONOMÍA. Gobierno de Chile. Fecha de publicación desconocida, http://www.economia.cl/
[xv]Ley para el Desarrollo de la Competitividad de la Micro, Pequeña y Mediana Empresa. Diario Oficial de la República de México, México DF, México, 30 de diciembre de 2002.
[xvi]Ley N° 24.467. Boletín Oficial de la República de Argentina, Buenos Aires, Argentina, 28 de marzo de 1995.
[xvii]GACETA DEL SENADO. Senado de la República de México. 19 de abril de 2006, http://www.senado.gob.mx/gaceta
[xviii]Op. cit. PORTAL UNESCO, http://portal.unesco.org/culture/es
[xix]Op. Cit. MELO, p.23.
[xx]Corporación de Investigación Tecnológica. Fundación Chile. Fecha de publicación desconocida, http://www.intec.cl/
[xxi]INCUBA. Proyecto Cultural El Sitio. Fecha de publicación desconocida, http://www.elsitiocultural.org/
[xxii]Op. cit. INCUBADORA DE EMPRESAS CULTURALES E INDUSTRIAS CREATIVAS PRANA.
[xxiii]Op. cit. INCUBADORA DE BASE CULTURAL GESOL.
[xxiv]Op. cit. PROGRAMA CULTURA SUMA DESARROLLO.
[xxv]ESPINOSA, Juan Guillermo: Economía neoliberal vs. Economía social en América Latina. Santiago, Dolmen Ediciones-CED, 2001.
[xxvi]Op. Cit. CHAVES, pp.121-122.
[xxvii]MONZON, José Luis. La economía social: Tercer sector de un nuevo escenario. En: Defourny, Jacques. y Monzón, José Luis. (directores), Economía Social. Entre economía capitalista y economía pública. Valencia, Ciriec España editorial, 1992. p.13.
[xxviii]PUIG, Toni. Nuevo paradigmas de la acción cultural, agentes públicos, privados y sociales. En: Vellegia, Susana (compiladora), La Gestión Cultural de la Ciudad ante el próximo Milenio. Buenos Aires, Ciccus, 1994. p.251.